lunes, 24 de octubre de 2011

Si te quedas quieto ahí, yo te grabo en mi cabeza

Nadie lo ha llegado a conocer jamás, tal vez su color preferido no sea el verde, ni tenga el mejor coche. Puede que tampoco sea perfecto, quien sabe puede que mintieran sobre él, pero yo lo amé de esa forma, por lo que no era, aunque estoy segura de que también lo hubiera amado por lo que habría sido. No sabíamos si el precioso color rubio de su pelo llegó a ser natural, o si sus magníficos ojos marrones eran realmente reales; podrían haber sido lentillas, pero yo lo amé así.
Lo ví en una noche de otoño, cuando las amarronadas hojas caían de los árboles y se balanceaban al ritmo del viento que acariciaba nuestros rostros. Él tenía prisa y yo no sabía lo que era el paso del tiempo, o peor aún, el paso de los años. Se acababa de subir en su coche  con la ventanilla abierta, mis ojos se fijaron en él como si nada más hubiera alrededor y sentí un escalofrío cuando sus labios rosados dibujaron una sonrisa. Desde ese minuto, desde esa vista hacia el coche que desapareecía rápido ante mis ojos, supe que no querría otra vez. Era lo más cerca que podía estar de él. El ruido de su coche se alejaba por el puente, nunca más estaría a mi lado, sus ojos no se fijarían en lo míos o peor aún, mucho peor, puede que nunca se haya fijado en mi.

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